viernes, 23 de enero de 2009

Mauro Entrialgo y Los Simpsons (1)

Gracias a la colaboración desinteresada (aunque demandada) del dibujante de cómics Mauro Entrialgo, hoy tengo el honor de ofreceros un dibujo y un excelente texto por encargo sobre Homer Simpson, que le fueron solicitados para la revista GQ en 2000, y que por lo visto quedaron inéditos. Mauro lo explicó mejor en su blog Lo que hago y lo que me hacen, donde colgó dicho artículo; pero probablemente ésta es la primera vez que podéis ver la ilustración que debía acompañar al texto. Mauro me la ha facilitado para el blog, y quedo eternamente agradecido. En otro momento veremos más versiones simpsónicas salidas de la pluma de Mauro, que tengo guardadas.


ELOGIO DE HOMER

Pulsa para verlo más grande


Si algo tienen en común la gran mayoría de las películas y series de televisión producidas desde principios de los cuarenta hasta mediados de los setenta es la celebración del hedonismo en general y de la priba en particular. ¿Reuniones de trabajo?: bien regadas con ginebra. ¿Un amigo de la infancia llega al hogar del protagonista?: preparando dos martinis que es gerundio. ¿Visita de sus padres?: whisky sour para el viejo, bloody mary para la vieja. Cualquier ocasión era buena para remojar el gaznate o dar cualquier otro gusto al cuerpo sin remordimiento alguno ni moralejas cortarrollos. En “El guateque”, justo en el momento en que Peter Sellers decide por fin probar el alcohol, deja de ser un patoso gafe y la alegría irrumpe en su vida. En “La chica de la tele”, Lou Grant podía ser muy aficionado al escocés sin dejar de ser por ello una persona entrañable y un profesional de la hostia. Incluso hasta el pequeño Dumbo se agarra bajo las carpas una divertida melopea para regocijo de pequeños y grandes en el inolvidable largometraje de 1941.

Pero, de pronto, el pasárselo bien sin molestar al prójimo empezó a estar mal considerado y las pantallas de todos los tamaños se apresuraron a sumarse a esta persecución sistemática de la libertad de costumbres en que se ha convertido nuestra sociedad democrática occidental.

A finales de la década de los ochenta, sólo los Simpsons emergieron de entre tanta mierda defendiendo nuestro derecho a no ser gilipollas. Porque Homer, bajo su disfraz de fantozzi, de trabajador adocenado de clase media aborregada, es un activista del placer. Homer trabaja por obligación, pero jamás entregará voluntariamente una hora extra, un minuto más de curro alienante, siquiera un segundo de vida al poder, a cambio de la difusa promesa de una economía mejor. Homer ya es feliz con su familia, su tele, la bolera, los donuts del badulaque y una docena de Dufs heladas en el bar de Moe. Que le den por el culo a Flanders y a su casita abarrotada de inútiles bienes de consumo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

"Homer es un activista del placer".

Nunca se ha dicho tanto con tan poco.